Mi relación con la muerte no ha sido particularmente estrecha; por el contrario, las dinámicas intrusivas en las reuniones familiares son un campo que me resulta bien conocido y experimentado dado que solo con mucha diplomacia, astucia y algo de suerte una podría llegar a sortear sin demasiados raspones. Estas situaciones, que se enmarcan casi siempre en un espacio limitado y compartido, no están ligadas precisamente a la celebración o motivo que reúna a las personas, pues la familia siempre es como es en cualquier situación o lugar, llámese una boda, los quince años de la prima, el velorio de la abuelita, un baby shower y hasta en el mercado o en la calle si se le llegara a encontrar.
Por tanto, al mirar el filme que dio pie a este texto, lo único que he podido pensar escena tras escena es en cuánto más puede durar un shiva. Qué diferentes son las ceremonias que conmemoran la vida y ayudan a procesar la muerte dependiendo de cada cultura; si pensamos, por ejemplo, como chilangas(os) en un sepelio, es muy probable que cada quien se imaginare una serie de procedimientos distintos, desde las formas de amortajar o preparar un cuerpo, como los procedimientos que proceden a esto, como los novenarios o los rosarios con pan dulce y café negro. Esos caminos diferentes que nos ayudan a procesar la muerte desde un ritual muy propio de nuestras costumbres más primigenias.

Emma Seligman, por su parte, expone su entendimiento del tema y trae a la mesa una hilarante perspectiva de las maneras en que suceden estos ritos con Shiva Baby (Estados Unidos, 2020), un filme que nos orilla inevitablemente a revivir las memorias de las reuniones familiares en las que la amabilidad se convierte en una ley ineludible y los temas que se consideran de interés para quienes integran «la familia» son tan amplios que, de un momento a otro, lo que pudo comenzar con una pregunta para ponerse al día termina en una lista numerada de señalamientos e interrogatorios indiscretos que disuelven desde la privacidad hasta la idea que uno puede llegar a tener de sí mismo. Quien no haya sido objeto de lo anterior, que arroje la primera piedra.
Dentro de este orden de ideas podemos situar entonces a Danielle, la protagonista del filme, interpretada por Rachel Sennott. Se trata de una joven judía que observa estupefacta cómo cada aspecto de su vida y de la identidad que se formó recientemente se desmorona ante sus ojos en un parpadeo. Ante todo, es importante mencionar que Danielle se ha esforzado por ocultar distintas facetas de ella misma que distan abismalmente del perfil de señorita hecha y derecha que se espera de ella, sobre todo al formar parte de una comunidad como la judía, la cual se destaca por preservar firmemente sus tradiciones.
Para empeorar la situación, de por sí incómoda, en la que se encuentra Danielle —como ser sometida a una lluvia de comentarios que van desde su apariencia física, hasta cuestionamientos sobre su futuro cercano y sus relaciones íntimas— se suma la llegada de Max (Danny Deferrari), quien en pocas palabras es su amante y modesta fuente de ingresos regulares. Quizá debería mencionar que el sujeto, ya entrado en años, es un orgulloso esposo judío y padre de un bebé cuyos incansables pulmones podrían escucharse a kilómetros. Por si fuera poco, él se encuentra también con un antiguo amor: Maya (Molly Gordon), quien desempeña el papel de la «brillante chica modelo» y el orgullo de la pequeña comunidad.

En adelante, la trama, cuya articulada y progresiva estructura vuelven este filme en una absorbente vorágine escandalosa, divertida y al mismo tiempo terriblemente exasperante travesía a la que progresivamente se le suman situaciones cada vez más insufribles. Nos volvemos ávidas(os) testigos del súbito cambio de atmósferas que experimentan los personajes con el pasar de los minutos, a la par que provoca en el público la exhumación de las sensaciones más incómodas, estresantes y ocultas que nadie más que la propia la familia puede implantar en uno.
La cámara se entromete tanto en el desarrollo con los actores que se vuelve un personaje más, las tomas tienen la distancia precisa para permitir echar miradas suspicaces, casi chismosas; esto, en alianza con la dirección de personajes, son elementos en el filme que logran colocar a Emma Seligman como una creadora particularmente prometedora a la que hay que seguirle la pista de cerca.
Por otro lado, es importante considerar que a pesar de que esta producción resulta tremendamente divertida, puede llegar a ser muy confrontador contrastar el contexto del shiva en el presente, sobre todo tomando en cuenta las maneras en que la muerte y sus rituales han tenido que adaptarse a las necesidades que impone la pandemia de SARS-CoV-2.
A pesar de todo, se podría apostar que para muchas(os) Shiva Baby será un filme que, además de brindarnos un momento solaz, puede que amaine un poco las ganas de insertarnos en estas complejas dinámicas familiares; lo que me evoca el recuerdo de aquella vez en que una tía abuela murió y a pesar del afligido ambiente que consternó casi exclusivamente a los mayores, toda la chamacada de primas y primos hicimos un fuerte en la cocina para comer solos el pan de dulce y el café con leche que ofrecían todas las noches de rosarios. Es así que a veces, la muerte nos reúne y nos hace compartir el trago amargo en una memorable carcajada.
Shiva Baby forma parte de la programación del Festival Internacional de los Cabos en su novena edición.
Paulina Vázquez. Creadora multidisciplinaria. Licenciada en Artes Visuales por la
Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”. Artista visual
representada por MillenialArt México, crítica de cine y poetisa. Cuenta con
múltiples exposiciones individuales y colectivas. Actualmente colabora en Lumínicas,
FilminLatino, Girls at Films, F.I.L.M.E. magazine y Fotogenia Podcast.