Por Paulina Vázquez
Si no estoy para mí, ¿quién lo estará?
Si sólo estoy para mí, ¿qué soy?
Y si no ahora, ¿cuándo?
– Hilel, Pirkei Avot, 1:4
«Devoción» es una palabra que rara vez es citada fuera de un contexto religioso. Sin embargo, utilizarla como adjetivo para aquello que se hace bajo la premisa del respeto y entrega absoluta bien puede describir el sentimiento y arraigo que los judíos tiene por sus tradiciones y sus reglas, mismas que han ayudado a preservar la esencia de su comunidad durante milenios.
La diáspora del pueblo hebreo ha tenido numerosos episodios accidentados y dolorosos; desde su caída en la esclavitud en manos de los egipcios, hasta el atroz exterminio sufrido en el Holocausto. Resulta comprensible, entonces, que una comunidad que ha sobrevivido al tiempo y sus vicisitudes, dispersándose en innumerables territorios, se afiance con todas sus fuerzas a aquello que les une y define como comunidad: su religión.
A la luz de ese contexto resulta interesante analizar Leona, ópera prima del director Isaac Cherem, en la cual una joven muralista judía llamada Ariela (interpretada por Naian González Norvind, quien también es coescritora del guion, se permite explorar otros entornos culturales a partir de una nueva relación con un joven ajeno a su comunidad, experimentando así las mieles prohibidas de la diferencia en un territorio en el que vive y que, sin embargo, le resulta inexplorado.
A partir de la llegada del pueblo hebreo a México a principios del siglo XX, desde países tan lejanos como Turquía, Grecia y Siria, entre otros, las pautas de aculturación que han seguido las diversas comunidades judías han sido divergentes. Si bien en su mayor parte se han amoldado a las múltiples necesidades de la vida contemporánea, muchos aspectos de su estilo de vida y su doctrina siguen siendo inamovibles. Por ese motivo Ariela no puede o no debe existir en medios tonos; se le obliga perpetuamente a elegir entre el negro absoluto de su doctrina o el blanco ambiguo de los goy.
En tal sentido, Ariela —movida quizá más por curiosidad que por un interés romántico genuino— comienza a salir con Iván (Christian Vázquez) un sujeto al que conoce mientras pinta un mural, acto que marca el comienzo de una jornada de descubrimientos en los que ella se estrena como una persona nueva, mientras carga con el lastre invisible de su cultura. Cherem describe cuidadosamente el entorno goy, cómo se introduce Ariela a la realidad de nuevas personas y a otra forma de vida, con todo y sus aspectos desagradables. El director muestra ambos lados de la balanza, cuyo orden patriarcal los une: pensemos en el amigo de Iván sugiriendo que éste embarace a Ariela para que se quede con él; o en cómo Gabriel (Daniel Adissi), el novio judío, es adorado por toda la familia al ofrecerle a Ariela una vida cómoda en la que “no tenga que pintar” y planea su boda con ella sin siquiera decirle.

Lo que parecía ser una tragedia romántica vira hacia los dilemas existenciales de no poder habitar en un mundo dicotómico, entre dos sistemas de pensamiento opuestos cuya constante confrontación orillan a la protagonista a reevaluar y transformar su vida; la suspenden en un limbo en el que no logra encajar, a menos que abandone a una de las dos partes. La ortodoxia de su doctrina no admite placeres mundanos ni agentes externos, mientras que la vida corriente se adscribe a libertades que también caen en la crueldad y el desinterés.
A pesar de ser un tema poco usual en las temáticas que aborda el cine nacional, Leona no es el primer filme con la preocupación de mostrar las complejidades multiculturales a las que las comunidades hebreas se enfrentan en México, pues ya en 1994, Guita Schyfter se había encargado de analizar las aristas del tema en Novia que te vea, en la que al igual que Leona, sus dos protagonistas, expuestas a los placeres del mundo, se ven enfrentadas a decidir el rumbo con o sin su comunidad.
Sin embargo, la fortaleza de Leona reside en su tratamiento plural y fresco respecto a los problemas a los que se enfrenta una mujer joven en su autodescubrimiento: sus posibilidades de ser, de amar, de vivir y de echarlo todo a perder. Reside también en la forma de mostrar la exclusión recíproca de dos culturas y toda esa travesía, rodeada de personas de mundos distintos que, de no adherirse a ellos, claramente la dejarán sola.
Quédate con nosotras: Vivir el cine en la casa jaula: pensamientos de una persona que escribe.
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Paulina Vázquez. Creadora multidisciplinaria. Licenciada en Artes Visuales por la
Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”. Artista visual
representada por MillenialArt México, crítica de cine y poetisa. Cuenta con
múltiples exposiciones individuales y colectivas. Actualmente colabora en Lumínicas,
FilminLatino, Girls at Films, F.I.L.M.E. Magazine y Fotogenia Podcast.