Por Sharely Cuellar
¿Qué hacen de día las mujeres que trabajan de noche? La primera vez que me interesó responder esa pregunta veía El lado oscuro del corazón (1992), de Eliseo Subiela. Yo cumplía mi primer año en la preparatoria y mi pareja escribía poesía, de esa poesía que recorre las piernas, los pechos, las sonrisas, pero nunca las ideas ni profundiza en emociones. En la película, el protagonista recitaba Espantapájaros de Oliverio Girondo una y otra vez, martillaba con su “Si no saben volar, pierden el tiempo las que pretendan seducirme”. Pero Ana (Sandra Ballesteros) sentenció “Nunca veas a una puta con luz de día, es como mirar una película con la luz encendida. Como el cabaret a las diez de la mañana, con los rayos de sol atravesando el polvo que se levanta cuando barres.” Ese fragmento me provocó muchas preguntas, seguramente más de las que buscaba la película.
Quise ver a las “putas” con luz de día y un cabaret a las diez de la mañana. Lejos de la poesía de los hombres que cosifican y más cercana al cine hecho por mujeres, vi Plaza de la soledad (2016), de Maya Goded, donde conocí las historias de otras mujeres que de noche se maquillan y se visten para alguien que todavía no conocen. Después vi Bellas de noche (2016), de María José Cuevas, que mostraba a Olga Breeskin, Lyn May, Rossy Mendoza, Wanda Seux y Princesa Yamal más allá del glamur que las encumbró en las décadas de los años 70 y 80, y las vi recordar noches gloriosas mientras el sol iluminaba sus rostros. Sus lágrimas, sus lazos y sus historias me respondieron algunas preguntas. No todas las mujeres que trabajan de noche son sexoservidoras ni todas las sexoservidoras desprecian su oficio.
La Mami (2019), de Laura Herrero Garvín, se ilumina con las luces artificiales del Cabaret Barba Azul. Solo dos escenarios: la pista de baile y el baño de mujeres. Conectamos con las bailarinas sin llegar a conocer a sus familias o sus hogares. Ellas no necesariamente se quitan el maquillaje y el vestuario para desenmascarar sus historias; ellas se hablan, se narran, se escuchan, se comparten y se observan en los reflejos mientras el rímel enmarca sus miradas, mientras se colocan más corrector y labial para entrar al show. Incluso cuando La Mami se olvida del maquillaje en alguna ocasión, se lo hacen notar y ella retoma el ritual frente al espejo.
Hay demasiadas opiniones y prejuicios alrededor del maquillaje y razones para que las mujeres lo usemos o dejemos de hacerlo. Más allá del debate, que termina con nuestras elecciones personales, ese ritual de mirarnos en el espejo, reconocernos y crear otra versión de nosotras también nos invita a redescubrirnos. Priscila llega a pedir trabajo en el Barba Azul siendo una mujer común, como las mujeres de Plaza de la Soledad o Bellas de noche cuando están fuera de sus jornadas de trabajo y lejos de los reflectores; con su nuevo nombre construye a la que será en la pista de baile. Sin embargo, frente al espejo, antes de salir a las luces rojas, sigue siendo Carmen, la madre que trabaja por la salud de su hijo.
Los espejos no solo reflejan a las acompañantes en el Barba Azul, también contrastan sus rostros con el de las mujeres que van de visita al cabaret. La noche de diversión para las invitadas representa un mal día de trabajo para las anfitrionas; menos clientes para ellas, menos dinero para sus hijes. Se miran de reojo, pero la ingenuidad de las que van solo para divertirse se vuelve incómoda para las que se ganan la vida en cada baile.

Entre La Mami y las demás trabajadoras existe cercanía. Ella no cuida solo sus pertenencias ni el agua o el papel de baño; sus cuidados derivan de haber vivido las experiencias que ellas vivieron, de conocer que la noche bajo luces de neón es voraz y que necesitan ánimos para resistir, para bailar otra noche más. Sus rezos son de una madre que realmente desea protección y el mejor destino para sus hijas.
Virginie Despentes escribe en Teoría King Kong que “el dinero es la independencia” y expone que en realidad lo que ataca la moral, en el caso de las sexoservidoras, es que las mujeres se alejen del hogar y ganen su propia independencia. Sin embargo, no podemos eximir a un sistema diseñado para oprimirnos.
Parece que hemos decidido ver a las sexoservidoras, a las vedettes, a las bailarinas y a las acompañantes como personas completamente disociadas de quienes son durante el día, a la luz del sol o lejos del cabaret. Parece que hemos decidido ignorar que ellas son mujeres que también podemos encontrar en la fila de la panadería, en la sala de espera de la consulta médica o en las escuelas al dejar a sus hijes. Nos genera comodidad decir “Nunca veas a una puta con luz de día, es como mirar una película con la luz encendida”. Pues bien, este documental de Laura Herrero Garvín, así como el de Maya Goded y el de María José Cuevas, decide mostrar lo que sucede cuando se ilumina algo más que los cuerpos de sus protagonistas.
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Sharely Cuellar (1994). Crítica de cine y periodista. Entusiasta del aprendizaje y el reaprendizaje. Vive en soliloquios e intercambios de ideas sobre cine, feminismos, clases sociales y política.
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