Un Petirrojo en una Jaula
pone furioso a todo el Cielo
William Blake
Dos mujeres vestidas de blanco corren por la selva. Una de ellas cae, herida; la otra, en un intento por salvarla, regresa y la sostiene sobre su hombro durante un par de pasos, finalmente es alcanzada por una bala. Ambas reposan sobre la tierra con la sangre impregnando sus vestidos. Florence (Shantai Obispo) se encuentra rodeada de flores, evocando con su rostro a Ofelia de John Everett Millais; Agnes (Indira Rubie Adrewin), su hermana, está rodeada de espinas: Quisiera tener la belleza de flor que tú tienes, confiesa finalmente.
Selva trágica (2020), el más reciente largometraje de la cineasta mexicana Yulene Olaizola, es, ante todo, un compendio de misticismo. Una historia que se estructura a partir del western y el suspenso, dando como resultado la reinterpretación de una leyenda maya que parece cargar el peso del entronque colonialista-patriarcal.
La Xtabay, descrita como una mujer hermosa y demoníaca que seduce a los hombres para desaparecerlos misteriosamente, es un arquetipo ya conocido y legitimado por la teología occidental, responsable de construir en torno a la femineidad una serie de mitos que posicionan a las mujeres como entes peligrosos, llenos de misterio y caos. Esta construcción simbólica que ha perdurado por años explica, en diferentes niveles de análisis, la relación del hombre con lo desconocido y lo incontrolable; no obstante, el terror no se ostenta a partir del cuerpo femenino sino de la materialización de una otredad que cuestiona constantemente su papel dominante.

Yulene hace uso de estos miedos compartidos para potencializar dentro de su filme la belleza y la armonía paisajística de una selva que se confronta con las necesidades particulares de los hombres: ingleses, nativos, mexicanos. Todos ellos guiados por una intención de explotar las riquezas de la región (y de la mujer). Dichos personajes conforman un crisol multicultural configurado a partir de jerarquías de poder que parecen desbordarse por la ambigüedad de misteriosos eventos que corrompen y fracturan al grupo.
Si estos elementos de confrontación a partir de la riqueza y la femineidad fueran los determinantes para catalogar al filme, podríamos concluir que se trata de un western en donde la apropiación de la tierra figura como base fundamental de la trama. Sin embargo, la realizadora mexicana ahonda mucho más en la configuración de fuerzas opositoras, apropiándose del mito de la Xtabay, moldeándolo para darle entrada al suspenso y configurando una alianza simbólica e inquebrantable entre la mujer racializada y la naturaleza resiliente.
Así, podemos reconocer en el personaje de Agnes una evolución discursiva que va permeando implícitamente en la cinta para desdibujar la claridad de la historia, ¿el encuentro entre Agnes y los recolectores de chicle se da por casualidad?, ¿ella es un espíritu maligno? Las preguntas fluyen sin una respuesta que goce de certeza o inmediatez, puesto que los personajes eligen constantemente oscilar sobre el misticismo de la época y el lugar en el que han sido situados.

Pese a ello, los elementos narrativos son concretos y enarbolan un claro discurso de reterritorialización que parte de la decisión de Agnes; que, al huir de un matrimonio forzado con un inglés que desea poseerla cual objeto exótico, elige sacrificarlo todo con el único deseo de no ser territorio de conquista. La inmersión en la peligrosa selva la llevará a reconocerse dentro de toda su vulnerabilidad e incongruencia con la esencia del mundo poscolonial que intenta defenderse del hombre como le es posible.
Si bien, la leyenda de la Xtabay tiene una serie de variaciones que se han creado a través de los años y de la multiculturalidad, Yulene reconfigura en Selva trágica una que, hasta entonces, no había logrado permear en lo colectivo; basada en el reconocimiento del cuerpo como territorio y la necesidad de defenderlo como acción legítima que se respalda incuestionablemente por las deidades de la cosmogonía indígena. De esta manera, el misticismo en la obra se posiciona de forma ambivalente como una recuperación mitológica y como una reinterpretación de lo establecido a partir de parámetros muy claros de sublevación colonialista.
Al final, la muerte aparece de la mano de la avaricia y la locura; los hombres se asesinan por codicia y poder; y, Agnes encuentra su libertad al adentrarse sin culpas dentro del desconocido y salvaje entorno que le ha conferido la fuerza necesaria para sobrevivir al longevo cautiverio que ha padecido por ser mujer.
Bianca Ashanti. Periodista y crítica de cine.
Escribo sobre las historias que
me atraviesan y soy adicta a la melancolía. Feminista.