Por Erika González Flores
Durante la última década, los medios de comunicación en el mundo pusieron su atención en uno de los procesos políticos y sociales más importantes en la historia reciente de Medio Oriente, la lucha de las mujeres kurdas contra el llamado Estado Islámico (EI), surgido en 2014, en regiones del norte de Siria e Iraq. Desde entonces, cientos de artículos en cadenas internacionales como la BBC y CNN, incluso en las revistas Marie Claire o Vanity Fair, documentaron lo que, a ojos del periodismo occidental, parecía un fenómeno inusitado.
«¡El mundo entero está hablando de nosotras, las mujeres kurdas!», escribió en el año 2014 la activista Zîlan Diyar en el sitio Kurdish Question, al tiempo que señalaba que aparecían en noticieros, revistas, redes sociales, despertando admiración e inspirando hasta nuevas tendencias de ropa. Pero cuestionaba con sorpresa: «cómo es que hasta ahora nos han notado?, ¿cómo es que no nos conocieron antes y llegaron tan tarde a escuchar nuestras voces?»
La visión simplista y, en palabras de la académica y activista kurda Dilar Dirik, miope y orientalista de la mayoría de estos medios, redujo un proceso de enorme complejidad a una narrativa que privilegió la imagen de estas mujeres y el dilema moral que implicaba para los militantes del EI combatir con ellas. Los titulares destacaron su ferocidad y espíritu guerrero, atributos que desafiaban la expandida y errónea idea de la sumisión y opresión sufrida por las mujeres en Medio Oriente, pero reforzaban la retórica de la emocionalidad.
Dentro de esta lógica eurocentrista y colonial, era más efectiva la reproducción de imágenes de mujeres en sus camuflajes verdes, sin velo y con pañuelos multicolores que sacrificaban sus vidas para salvar a Occidente de la amenaza terrorista, que una cobertura que diera cuenta de las luchas políticas y sociales kurdas y la diversidad de posturas y movilizaciones a su interior. Porque si bien las Unidades de Protección Femenina (YPJ) conformadas en el marco de la guerra civil en Siria jugaron un papel fundamental en el combate contra el EI, este no fue su único objetivo. Las brigadas de mujeres formaron parte del proceso de autonomía kurda que se consolidó en la región a través de la figura del confederalismo democrático y la lucha feminista, antiestatal y antipatriarcal. En los medios tampoco se dio cobertura a las diferentes luchas de las mujeres en las cuatro regiones del Kurdistán y su larga historia desde comienzos del siglo XX, en ámbitos diferentes a la movilización armada, como el activismo y la representación política.
Más recientemente, en el cine también se advirtió un incremento en la realización de películas en torno a la lucha de las kurdas contra el EI y la revolución de las mujeres de Rojava. Desde distintas ópticas y bajo la premisa de la afinidad política y la solidaridad, realizadores de diversos orígenes se han acercado a estos temas. Tenemos por ejemplo, Fear Us Women (2017), de David Darg; el trabajo de la catalana Alba Sotorra, Comandante Arian. Una historia de mujeres, guerra y libertad (2018); Our War (2016) y I Am the Revolución (2018), de Benedetta Argentieri; Hijas del sol (Les Filles du Soleil, 2018), de la francesa Eva Husson; Soeurs d´armes, de Caroline Fourest; No Man´s Land (2020), de Amit Cohen, Maria Feldman y Ron Leshen, entre otros. De estos trabajos, en México sólo circularon comercialmente, pero de forma muy limitada, las cintas de Eva Husson y Caroline Fourest; en circuitos independientes, Comandante Arian y Fear Us Women; la serie de Amit Cohen se puede ver en un servicio de streaming, mientras que la de Benedetta Argentieri no ha sido distribuida en nuestro país.

Pero más allá del difícil acceso que las audiencias latinoamericanas tenemos a estas propuestas cinematográficas, una de las discusiones relevantes ha sido la forma en que se han reproducido los mismos estereotipos que en las cadenas de noticias internacionales. Una de las constantes ha sido la configuración de una mirada colonial que sitúa y analiza a las mujeres kurdas a partir de estereotipos y cánones eurocéntricos y que en ningún momento cuestiona la propia posicionalidad de los realizadores.
Así por ejemplo, Fear Us Women, documental sobre la canadiense Hanna Böhman, quien se unió como voluntaria a las brigadas YPJ en Siria, inicia con declaraciones bastante reveladoras de su protagonista. La narrativa de Böhman se articula alrededor de una dicotomía, en la que su país de origen es un sitio seguro y lleno de oportunidades, mientras que Siria es lo opuesto, un lugar donde no se puede tener nada y la única opción es huir. Ella, como portadora y representante de los valores occidentales, asume una postura de salvadora: «si pudiera ayudar a todas las personas que me lo han pedido, tendría un avión lleno dirigiéndose a Canadá». Tal reduccionismo también se expresa en la forma en que describe su aventura en Rojava: “es una saludable dosis de Mad Max, porque las cosas aquí lucen así, es como ir de campamento con armas, eso es todo, y cazar gente en vez de ciervos”.
El discurso orientalista tan interiorizado en el testimonio de Hanna Böhman, también está presente en No Man´s Land. La serie, producida en 2020, nos lleva al enfrentamiento entre las brigadas kurdas y el EI, en el norte de Siria, pero igual que Fear Us Women, lo hace a través de la experiencia de personajes externos al conflicto. Esta vez se trata de una mujer francesa, que por diversas circunstancias acaba combatiendo en las filas de las YPG, y su hermano recorriendo la región en su búsqueda. Estos ejemplos refuerzan la necesidad de un mediador, del forastero que nos lleva a territorios desconocidos y agrestes, porque de otra manera serían incomprensibles.
Por otro lado, Comandante Arian y I Am the Revolution, centran sus narrativas en la voz de las mujeres kurdas. Son ellas quienes conducen al espectador en una experiencia fílmica de mayor profundidad, menos efectista, pero más personal. Quizás el acercamiento más estrecho y sólido que tuvieron las directoras, Alba Sotorra y Benedetta Argentieri con los procesos revolucionarios que dieron lugar a sus producciones, sea la explicación de los resultados obtenidos. De ambas hay que destacar que colaboran en los proyectos de gestión cinematográfica de las comunas del cine que se constituyeron en Rojava desde 2015.
Otra de las cintas que no ha tenido una recepción tan favorable, tanto de la crítica especializada como de algunos sectores entre la diáspora kurda, es el caso de Soeurs d´armes. La cinta retoma la irrupción del EI en la región de Sinjar, en el norte de Iraq, en 2014, y la respuesta de una brigada militar integrada por kurdas y combatientes internacionales. Los temas centrales son el genocidio contra la población yazidí y el secuestro y violación de miles de mujeres de esta comunidad, así como la llegada de voluntarias francesas para unirse al escuadrón llamado “Brigada de la serpiente”.
Este trabajo ha recibido diversas críticas debido a la forma en la que se escenifican la vida en el frente y las dinámicas de relación entre las combatientes. La visión que presenta la película corresponde más a los estereotipos hegemónicos del cine hollywoodense que a un retrato de una revolución social y política, esto sin tomar en cuenta la preponderancia de los personajes provenientes de Europa y Estados Unidos. Ante las críticas a su filme, la directora Caroline Fourest declaró en 2019, en la emisión radiofónica francesa Les Grandes Geules que ha realizado “un filme de guerra sobre mujeres que han perdido la vida por proteger nuestra vida”, pues es evidente que en el largometraje subyace la soberbia eurocentrista de que todo gira en torno a ese continente y su seguridad.
La tendencia de algunos directores a estigmatizar la diferencia, -como se refiere la profesora y especialista en género, medios y representación Ella Shohat al racismo- para justificar las injustas ventajas y abusos de poder, se materializa en formas diversas en la pantalla. No sólo a través de la representación de los personajes no “occidentales”, si nos situamos en ese gastado mito Oriente-Occidente, sino también en las desigualdades evidentes en el acceso a presupuestos, espacios de proyección y medios de circulación; y, claro está, en las nacionalidades de los equipos de trabajo, actores y actrices, y significativamente, en los idiomas utilizados.
Así, podemos referirnos al proyecto audiovisual en ciernes de la recién creada empresa productora HiddenLight, de Hillary y Chelsea Clinton sobre las milicias kurdas YPJ y el sitio de Kobane. La serie televisiva que pretenden realizar está basada en el libro The Daughters of Kobani, de la periodista estadounidense Gayle Tzemach Lemmon. Kobane es uno de los tres cantones que conforman el Kurdistán sirio y se volvió célebre por el sitio que ofrecieron las milicias kurdas, destacadamente los escuadrones de mujeres YPJ, entre finales del año 2014 y principios del 2015, y la recuperación de la ciudad que se encontraba en manos del EI.
Para muchas voces dentro del activismo kurdo, resulta no únicamente paradójico, sino incluso ofensivo y absurdo, que sea precisamente la familia Clinton quien esté interesada en llevar a cabo este trabajo, puesto que el movimiento de mujeres kurdas en Siria es emblemático de una lucha de izquierda, anticapitalista, antiestatista, feminista y de democracia representativa, valores antagónicos de los que representa esta familia.
También es revelador que, habiendo muchas autoras kurdas que han escrito sobre el tema, las Clinton hayan escogido el trabajo periodístico de Gayle Tzemach Lemmon, una feminista estadounidense proveniente de las élites financieras, que parece reivindicar “la narrativa del rescate capitalista”, como ha sido denominada por la antropóloga Purnima Bose, a propósito del anterior libro de Tzemach sobre las mujeres en Afganistán, The Dressmaker of Khair Knana.
Esta aproximación no exhaustiva a las historias que se han construido sobre las mujeres kurdas y una parte de sus luchas desde lugares de enunciación occidentales, es principalmente una provocación para cuestionar las imágenes que consumimos y sus mediaciones, sobre todo cuando se trata de situar al sujeto Mujer.
Quizás tendríamos que acudir más al ejercicio que nos propone la feminista estadounidense Cynthia Enloe sobre la curiosidad feminista. Seamos curiosas, dejemos de dar por sentado aquello que se nos presenta como “natural”, “tradicional”, lo que va acompañado de la palabra “siempre”. “Ser curiosa requiere energía”, enfatiza Enloe; preguntémonos cómo y por qué vemos como lo hacemos. Esa curiosidad puede ser el primer paso para desmontar los pensamientos colonialistas y racistas que hemos aceptado como normales.
Lectura recomendada: El incontrolable deseo de verse.
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Erika González. Maestra en Historia Internacional. Interesada en temas de transnacionalidad, diásporas, medios e identidad. Investigo sobre el cine kurdo y sus procesos de representación y circulación. Trabajo por un conocimiento disidente y colectivo.