Por Aylin Colmenero
Alguna vez, un amigo y yo nos pusimos a reflexionar sobre la violencia, esa que está presente todo el tiempo. La violencia que se escucha, que se vive y que duele. Me contaba cómo él y su familia tuvieron que escapar entre el llanto de sus hermanitas de un tiroteo en una carretera de Michoacán; yo recordaba cuando a mi prima casi la “levantan” en esas mismas tierras. Qué dolor pensarnos así, junto a esa violencia deambulante y susurrante.
Te nombré en el silencio (2021), de José María Espinosa, me cayó justo en el estómago, donde todas esas heridas y emociones borbotean y echan fuego. El documental sigue a Las Rastreadoras de ‘El Fuerte’ durante sus jornadas de búsqueda: Madres que perdieron a sus tesoros y que, ante la orfandad estatal, se autogestionan, abrazan y acompañan en la deriva.
El grupo representado por Mirna Medina Quiñónez, que tras la pérdida de su hijo Roberto fundó Las Rastreadoras, sale al desierto en busca de fosas clandestinas, con la esperanza de encontrar lo que les arrebataron. Los mapas del tesoro les llegan bajo la mesa, a escondidas del narco y de la policía. Pistas anónimas que se deslizan por debajo de la puerta cuando nadie ve.
Las Rastreadoras han encontrado hasta la fecha a unos 200 desaparecidos. En las fosas suelen encontrarse partes incompletas de su corazón, robos de animales carroñeros o trabajos periciales abandonados e incompletos. «¡Les vale madres!», menciona Mirna mientras se acerca una patrulla en la carretera; coincido, «les vale madres», y no solo es solo eso lo que llevan en contra, pues el narco paga mejor.
Mirna y sus compañeras han desarrollado técnicas de rastreo y protección para sobrevivir en sus labores. Viven juntas el enorme riesgo que corren, entre las amenazas y un ambiente que todo el tiempo las quiere silenciar. Una complejidad que las lleva también a celebrar la vida, a disfrutar a sus seres amados, una buena comida o unas lindas zapatillas, cuidándose unas a otras y dándose la fortaleza hasta encontrarlos.

Lo que no se nombra, no existe
No hay ninguna palabra que surja de esa ausencia velada, del duelo materno, que nombre lo que una madre siente al perder a un hijo. Pero aún sin el vocablo hay un plato vacío esperando en la mesa, una veladora diaria frente a una fotografía y picos sobre la tierra escarbando lo más profundo que puedan.
Son ellas las que nos cuentan las historias de sus hijos; entre videos vemos sus rostros, escuchamos sus nombres. Son las madres las que no permitirán que se les deje de nombrar.
Lo que no se nombra no existe, lo que no se nombra se sepulta ante los ojos del Estado. Cifras que oficialmente no existen, ocultas por años y años, en un limbo entre los números de desaparecidos y los números de muertos. Un silencio que borra memorias, un abandono incontenible. Un Estado que decide ignorar a su conveniencia, que revictimiza y que desaparece, pero que convenientemente encuentra si llega a desaparecer alguno de sus hijos pródigos. Un escenario en el que, tras la ausencia, el único camino corre por cuenta propia.
Te nombré en el silencio es un llamado a la dignidad, que por medio del respeto hacia las víctimas nos da esperanza y nos acerca al trabajo ambivalente y preciado de Las Rastreadoras.
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Aylin Colmenero (1997). Comunicóloga y feminista. Busco la
resignificación de espacios cotidianos a través de la palabra
y la lente. Investigo sobre cine, mujeres, viajes en el tiempo
y naves espaciales. Mi lugar feliz es una sala de cine.