Por Paulina Vázquez
La verdad es tan difícil de decir, que a veces
se necesita algo ficticio para que sea creíble.
Francis Bacon
Asistí a un bachillerato especializado en artes y humanidades donde, cada viernes por la tarde, la bibliotecaria organizaba un cineclub en un pequeño auditorio que olía siempre a polvo y humedad. Al cerrar la puerta y apagar las luces, la oscuridad era absoluta; me encantaba. No reparaba nunca en el título de los filmes o en los directores, simplemente me perdía por un par de horas en otra realidad. Casi siempre salía deshecha, especialmente una ocasión en la que el filme trataba de una madre y una hija que se volvían a reunir después de muchos años de no verse. Tenían fricciones, la hija despotricaba contra la madre y se desahogaba. Fue hasta muchos años después que me reencontré con Sonata de otoño (1978), de Ingmar Bergman, cuando supe qué había visto. Tenía fragmentos de ese filme en mi memoria y un sabor amargo del berrinche que había llegado a hacerle a mi mamá. Estudiaba teatro, estaba enamorada y casi nunca la veía. Parecía lo adecuado.
La mente generalmente nos lleva por caminos conocidos; al mirar una historia con una temática específica volvemos en un instante a dar una revisión a esas otras historias que ya nos habían contado, necesitamos la seguridad ilusoria que nos da la experiencia. Sin embargo, la memoria no es fidedigna, pues sabemos de su potencial creador de ficciones infinitas. Encontramos la forma de ocupar los vacíos de la memoria, o de suprimir los recuerdos dolorosos para protegernos, para darle un sentido a nuestra historia.

Cortesía Persona Film.
Ahora bien, fue a partir de revisar La verdad (La vérité, 2020) como surgieron estas reflexiones y recuerdos. El último filme del director japonés Hirokazu Kore-eda aborda los conflictos no resueltos entre Fabienne (Catherine Deneuve), una famosa actriz consumada y considerada una de las estrellas del cine francés, y su hija Lumir (Juliette Binoche), quien llega a visitar a su madre acompañada de su esposo y su pequeña hija. Si bien el tema generalmente es incómodo, el tratamiento emotivo y cotidiano del filme, dotado de múltiples saltos entre la ficción y la
metaficción, lo vuelven una historia bastante ligera y disfrutable.
Cabe mencionar que es la primera vez que Kore-eda, filma en un idioma ajeno al suyo, lo cual probablemente sea el motivo por el que este filme parece resaltar, no de manera totalmente desfavorable, del resto de su filmografía. En esta ocasión el director explora los lazos familiares, a partir de una serie de discusiones desarrolladas en torno a la vida de Fabianne en ese momento; primero con la publicación de su autobiografía, donde narra su vida desde su perspectiva estrictamente personal, y segundo al hacer hincapié en las reflexiones surgidas a partir del rodaje del filme donde solamente es coprotagonista.

Catherine Deneuve encarna a una mujer cuya característica principal es su inmersión narcisista en su propia faceta de actriz por sobre todas las demás. La aparentemente insensible y mordaz Fabienne ahora se enfrenta a representar el rol de abuela, madre y de suegra, al mismo tiempo que reflexiona sobre temas que tiende a eludir gracias al filme que está rodando. Por otro lado, su hija Lumir, quien además es guionista, se reintegra a la vida de su madre como apoyo secundario durante la filmación, no sin tropezar con algunas heridas abiertas de su pasado y dejarnos ver ligeramente los problemas que han surgido en su matrimonio.
A pesar de que parece que estos temas llevarán a un conflicto cada vez más tórrido a lo largo del filme, nunca representan un motivo de incomodidad para el espectador sino momentos clave que ayudan a comprender la relación entre madre e hija. Sin embargo, Kore-eda no ahonda mucho más en la problemática de las discusiones que presenta y permanece en la superficialidad ocasional del cotidiano con pequeños gestos que nos hacen descubrir a sus personajes desde una faceta más amable de ellos mismos. Por ejemplo, al observar el acercamiento entre la pequeña Charlotte con sus abuelos y situarnos en las fantasías que azarosamente le hacen creer que su abuelo Pierre es una tortuga y que su abuela Fabienne, la bruja mágica, puede protegerla al convertir a quienes la molestan en animales.

El filme convierte la ficción en un juego, donde la verdad depende del ojo que la mira y de las intenciones con las que se emite o se omite. Constantemente se enuncian frases como “No se puede confiar en la memoria” o “La verdad no tiene nada de interesante”. Pensemos en cómo Lumir escribe para su madre escenas que le permitan expresar lo que ella es incapaz de admitir en la vida real, pero que necesita para poder relacionarse o aquel momento en que la pequeña Charlotte se percata del potencial transformador de la mentira y explora sus límites al decir que ella es una actriz de Hollywood. Una vez finalizado el rodaje del filme, Charlotte hace su debut actoral al decirle a su abuela “Me gustaría que vayas en una nave espacial para que me puedas ver cuando sea actriz”, escena fabricada por Lumir para su madre minutos antes. La pequeña le pregunta a su madre si ese momento ha sido la verdad o no, Lumir se limita a responderle con una sonrisa de sorpresa y un pequeño guiño. ¿Qué es la verdad para ellas? ¿Qué es la verdad para una misma?
Si bien en un principio recordé a los personajes de Sonata de Otoño debido al conflicto entre Charlotte, una pianista exitosa y desentendida, con su hija Eva, quien al igual que Lumir se dedica a las letras; La verdad se distingue de esta cinta bergmaniana al concluir su narrativa con una conciliadora resolución de sus conflictos a través de una confesión que conecta madre e hija en un abrazo bastante emotivo pues más allá de sus edades, profesiones y demás ocupaciones siguen siendo una parte de la otra. Es así como uno puede percatarse de que al igual que los personajes en las películas, también nosotros contamos nuestras propias versiones de la verdad y nos creamos y creemos nuestra propia historia. Ya sea con el montaje de una escena dramática para nuestras madres después de una película que nos inspiró a la teatralidad, o bien al tomar como ejemplo las vidas de los personajes que vemos, para hacer nuestras propias elecciones.
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Paulina Vázquez. Creadora multidisciplinaria. Licenciada en Artes
Visuales por la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y
Grabado “La Esmeralda”. Artista visual representada por
MillenialArt México, crítica de cine y poetisa. Cuenta con múltiples
exposiciones individuales y colectivas. Actualmente colabora
en Lumínicas, FilminLatino, Girls at Films,
F.I.L.M.E. Magazine y Fotogenia Podcast.
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