‘Ermitaños’: Repositorio de soledades

Por Rebeca Jiménez Calero

Un crucero en la ciudad

Desde hace casi 13 años vivo a unos pasos del edificio Ermita y es de las cosas que más me gustan del barrio. La primera vez que tuve conocimiento de él fue a finales de los 90 del siglo pasado, cuando solía asistir a las premieres que organizaba un programa de cine en el que colaboraba. Esas funciones tenían lugar en las ahora extintas salas Lumiere Hipódromo Condesa, esa cadena exhibidora había comprado el Cine Hipódromo que está en la planta baja y lo habían dividido en tres salitas horrorosas; más tarde, el recinto se convirtió en teatro y desde hace varios años cerró sus puertas. 

Siempre he sentido pena que un espacio tan hermoso estuviera primero desperdiciado y después inhabilitado. Y es que el imponente edificio que lo alberga es único en toda la ciudad. Diseñado y construido hace casi cien años, es uno de los emblemas de Art Decó en México y en él han habitado infinidad de personas, incluidos los escritores Rafael Alberti y Manuel Altolaguirre, quienes emigraron durante la guerra civil española.

Ermitaños. Cortesía Folks Studio.

Erigido en una cuadra en forma de triángulo, es imposible no ver al Ermita: es como un enorme crucero que quedó varado en un puerto y ya nunca se movió de ahí. Desde que vivo cerca, siempre me pregunté quiénes vivirían en él, quiénes tendrían la fortuna de habitar en este edificio tan singular, y también sentía un poco de envidia por ellos.

Una de las dudas que más me inquietaba era saber cómo eran los departamentos por dentro; me los imaginaba amplios, con techos altos y pisos de madera, como suelen ser los departamentos que se construyeron en la primera mitad del siglo XX. Pero personalmente no conozco a nadie que viva ahí, nunca he podido entrar; me he tenido que conformar con haber estado alguna vez a las mencionadas salas de cine y con haber almorzado en los Chilakillers, que estaban en la planta baja y que debido a decisiones de la administración del edificio, tuvieron que desocupar el local.

Ermitaños (2019), documental de Daniela Uribe, responde a varias de las preguntas que me había hecho sobre la edificación, centrando su mirada en el día a día de ocho millennials que ocupan alguno de sus 78 departamentos. Lo que más me sorprendió fue descubrir que no está conformado por las amplias viviendas que me imaginaba sino que consta de sólo 12 departamentos grandes, seis medianos y los 60 restantes son espacios unipersonales.

‘Ermitaños’: “Es como vivir en un hotel”

Genaro, uno de los protagonistas, describe al edificio como un hotel: uno entra y sale, pero no convive con nadie, es un lugar de paso, no es un lugar para quedarse muchos años y mucho menos para planear una vida en pareja o formar una familia. Y entonces veo que así como yo imagino el Ermita como un crucero, sus habitantes ocupan pequeños camarotes que tendrán que abandonar cuando el viaje se termine, es decir, cuando sus planes de vida cambien. Aquí no es el barco lo que se mueve, sino quienes están dentro. Pero mientras están ahí comparten varias cosas: la edad, cierta precariedad económica y, sobre todo, la soledad.

Ermitaños. Cortesía Folks Studio.

Los espacios unipersonales del edificio Ermita parecieran haber sido diseñados para ser habitados por personas con las características mencionadas, son jóvenes que por variadas circunstancias decidieron vivir solos y la arquitectura del lugar pareciera facilitarles eso. La interacción entre ellos se da a través de un chat de vecinos que sirve para pedir recomendaciones, favores o hacer consultas, pero no va más allá.

La cámara de Daniela Uribe se mete a los departamentos de Ismael, Genaro, Lucía, Tania, Indira, Caro, Adriana y Diego para que éstos le platiquen cómo es su vida en el Ermita y qué expectativas tienen de su futuro. Todos son adultos jóvenes que tienen como compañía a sus mascotas: gatos, perros y tortugas que son también inquilinos. Ismael dice que él incluso dejó de hacer fiestas al ver que su gato se molestaba y se mostraba excesivamente territorial.


“A mi edad, mis padres…”

En Ermitaños, la soledad es el tema alrededor del cual giran las existencias de sus protagonistas. En ciertos instantes, algunos de ellos se comparan con sus padres: “A mi edad, mi mamá ya me había tenido”, “A mi edad, mi papá ya se había comprado una casa”, “A mi edad, mis papás ya se habían casado”, lo cual refleja, por un lado, lo imposible que es para las generaciones más jóvenes poder comprar una propiedad debido a la precarización laboral y económica, y por otro, el cambio en el paradigma familiar, el cual obligaba a casarte y formar una familia antes de los 30 años.

Con excepción de Diego, quien parece tener una complicada relación a distancia, el resto de los Ermitaños se sienten a gusto estando solos, son autosuficientes en todos los sentidos, el no tener una pareja no es lo más importante en sus vidas, de hecho, resignifican la soledad, la buscan y la abrazan. El edificio Ermita les da cabida a todos, pero cada uno en su cuadrito.

Del día a la noche y los días después

El documental de Uribe tiene una estructura de un día: inicia con un encuadre que vislumbra el amanecer y termina cuando se hace de noche y los personajes se van a dormir. Desde la primera toma observo atenta lo que se ve más allá de la ventana, conozco las medianeras de los edificios que están enfrente y desde ahí alcanzo a ver el mío. Y todo el tiempo intento reconocer avenidas, calles, personas, momentos.

Al hablar de lo aislados que pueden estar, Ismael confiesa que él podría pasar dos días dentro de su departamento sin salir y sin ver a nadie, lo cual, durante la pandemia que hemos vivido desde hace más de un año, parece una afirmación de una época radicalmente distinta: antes, quedarte en casa era lo extraño, lo fuera de lo común. Como fue filmado antes de la pandemia, ahora me pregunto qué habrá sido de los Ermitaños, ¿seguirán viviendo ahí? ¿Habrán dejado esos espacios para buscar estar más cerca de sus familias? Además, el año pasado los arrendadores decidieron no renovar los contratos de sus inquilinos para remodelar el edificio, y aunque varios habitantes sí se fueron, otro grupo decidió quedarse para defender su derecho a conservar su vivienda. Por ahora, la pandemia ha dejado en suspenso el futuro del edificio Ermita y de sus habitantes.

Ermitaños. Cortesía Folks Studio.

De esta manera, el documental de Daniela Uribe se ha convertido también en una especie de repositorio que guarda la memoria de quienes unos años atrás vivían en condiciones muy distintas a las que vivimos ahora. A los exiliados españoles les tocó la época de esplendor del Ermita, a los Ermitaños les tocó otro estadio, uno que refleja la realidad de los jóvenes de la Ciudad de México del siglo XXI, con sus precariedades, sus cambios y contradicciones.

Con todo y las preguntas respondidas, el edificio me sigue intrigando, quiero saber qué va a pasar con él, quiero saber quiénes van a vivir en él, quiero saber si la remodelación contempla rescatar el cine de la planta baja. Como consuelo, sólo me queda subir a la azotea de mi edificio para verlo e imaginar posibles respuestas a mis inquietudes. Ese enorme crucero inmóvil seguirá acumulando historias y soledades y creo que junto a su imponente arquitectura, es lo que lo vuelve aún más hermoso.

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Rebeca Jiménez Calero. Estudió Ciencias de la Comunicación
en la UNAM, donde actualmente imparte clases
en el sistema abierto y a distancia. Desde hace
varios años se dedica al subtitulaje de películas para festivales.
Le interesa el cine de horror y la representación de las
mujeres en los medios audiovisuales. También
ama la fotografía, los viajes y el béisbol.

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